jueves, 17 de mayo de 2012



 

LA CORBATA


Como siempre al llegar a casa, papá dejaba la cartera de cocodrilo tirada en el sofá de cualquier manera, como el cadáver de un animal atropellado, sin sentido, como fuera de lugar, aunque se tratase de una cartera que nos regalaron los abuelos antes de su viaje a Canarias, la últ...ima vez que les vimos, y que tenía aproximadamente un valor de, según me dijo papá, "todos los juguetes que has deseado toda tu vida, más otros cuatro". Caminaba hacia el salón, donde yo le esperaba en el sillón mecedora con el pijama azul de cuadros, y con los ojos bien abiertos para ver todo el recorrido de la llegada, por muchas veces que ya lo hubiese visto antes y por muy bien que lo conociese; esa era mi parte favorita del día, cuando, por fin mi padre era sólo para mí, y nadie más; ni jefes, ni clientes, ni ninguna otra persona aparte de mí, sólo mío, por muy poco tiempo que estuviésemos juntos.

Siguió caminando por el pasillo, hasta mi sillón, me plantó un beso en la cabeza, y, como todos los días, un abrazo un poco demasiado fuerte, algunos días me hacía daño, me clavaba los botones de la chaqueta, y me dejaba las marcas en el pecho; pero aquel día fue un abrazo más suave y sin ganas.

Se desabrochó la chaqueta mientras caminaba en dirección al baño, donde se lavó las manos y se las secó en el pantalón, y tiró la chaqueta al suelo. Se desabrochó a continuación la camisa, dirigiéndose ahora a la cocina, y tirándola al suelo, recibiendo así el mismo destino que la chaqueta. Se quedó así sólo con la corbata puesta al cuello, y se la quitó, un poco más despacio que el resto de las prendas de trabajo.

Siempre pensé que la corbata era algo así como la correa de un perro, no era totalmente libre hasta que se quitaba la corbata, y como todos los días, la tiraba a la vieja silla sin asiento del rincón de la cocina.

En ese momento, cuando por fin mi padre era mío, toda nuestra vida cambió justo cuando la puerta sonaba ante las miradas frías y desconcertantes de todas aquellas personas, dirigidas a la simple tabla de madera que nos separaba del resto del mundo.

Lía.

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